Estás sola
por
Unknown
- octubre 07, 2017
Aunque a veces se nos olvide, detrás de cada pantalla hay una persona. Con su rutina, con sus pensamientos, con su familia, amigos, inspiraciones, sueños, preocupaciones, problemas. Es fácil desdibujar a las personas a través de redes sociales. ¡Incluso yo lo he hecho! Cualquier texto, fotografía, silencio se puede interpretar. Y si te armas de valor y consigues interactuar con ella, pondrás en duda su bondad o su imagen dependiendo del tiempo que tarda en contestar y de la largura del texto que te escriba. Sin ser conscientes de ello, estamos acorralando a esa persona; que se sienta constantemente en el punto de mira. Que dude, que tenga miedo de efectuar cualquier movimiento.
Y así es como me siento yo.
Hace tiempo os hubiese confesado que envidiaba aquellas personas que tenían más seguidores. No era mi meta, pero inconscientemente miraba la cifra y me entristecía. Supongo que lo aceptaba porque mi contenido nunca ha sido especial; no aportaba nada diferente o interesante. Lo entendía. Pero ahora que mi comunidad ha crecido, que prácticamente todos los días tengo interacciones con muchas de vosotras (y por muy jodidamente asqueroso que suene), entiendo cómo es sentirse así.
Ejerces influencia. Puedes llegar (seguramente con tiempo e información que obtenga de otras fuentes) a cambiar el pensamiento o comportamiento de alguien. Se dice pronto, pero JODER lo que implica. ¿Sois conscientes de ese enorme poder?
Pero llegan días malos. Llega una época mala. Enfermedades mentales. Problemas. Desazón. Apatía. Enfado. Rabia. Y entonces lo único que quieres es desaparecer. Pero muchas veces no puedes. Porque preguntarán. Se cuestionarán si ha pasado algo. Empezarán a hacer suposiciones rápidas sobre el porqué de tu ausencia. Incluso te comentarán diciéndote que no pasa nada, que vuelvas cuando estés mejor, que te esperan, que ojalá pudieses volver a subir contenido, que no desaparecieses nunca. ¿Y si sí que quiero desaparecer? ¿Y si siento que jamás podré volver a subir el mismo contenido? ¿Y si esa persona que empezaste a seguir, que era de una determinada forma, ya no existe, ya no está? ¿Entonces qué?
Sin quererlo, te encuentras agobiada por algo que en su momento te encantaba. Te sientes incapaz de hacer frente a una situación que jamás antes habías experimentado. Te duele pensar que esas personas que te apoyan incondicionalmente y que, a pesar de no conocerte por completo, les interesas y les gusta lo que dices, en algún momento se vayan; cambien de parecer en cuanto a ti. Las decepciones. No puedas estar por ellas tanto como te gustaría. Porque de alguna forma se han convertido en parte de tu vida. Posiblemente compartan más momentos y pensamientos íntimos que muchas de las personas que tienes alrededor. Están ahí, día tras día.
Y llegan las catástrofes. Los heridos, las muertes. La destrucción. Y sientes asco, impotencia, ganas de llorar. Pero lo sufres por dentro. Por qué envenenar ese rincón que has creado. Qué razón habría para perturbar, como a ti te perturban, las vidas de esas personas con las que has conectado con esas cosas. Por qué hacerlas sufrir, igual que tú sufres. Cómo es posible que se entienda ese pesimismo, esas ganas de llorar, morir incluso a veces, con comparecencia, con pena, con egocentrismo, a través de la pantalla. Para qué piensas. Porque no siempre quieres desaparecer. A veces te sienta bien abrirte en canal cuando no tienes ninguna otra vía para hacerlo. Las redes sociales tienen esa magia: tú publicas y una vez fuera, desaparece. Puede que ni siquiera nadie lo lea o comente. Pero ahí está. Ya no está dentro.
Entonces te encuentras en una encrucijada: hablar o no hablar, publicar o no hacerlo. Llevarlo dentro o sacarlo fuera. Porque no hay término medio: o lo haces, o no. Así de simple. Y maldices el día en el que te distes cuenta que no siempre se puede ser coherente o gris. Que la vida por desgracia se mide en polos opuestos, y que tú te vas a tener que posicionar en uno. Y vuelves a sentir esa presión en el pecho. Porque eres consciente de que cualquier cosa que digas se va a interpretar, tergiversar, comentar. Todo aquello que perdure, tendrá impacto e influirá. Pero por otra parte si no lo haces, si conservas ese silencio, el derecho inamovible de no hacer absolutamente nada, también se va a interpretar, tergiversar, comentar. Tendrá impacto e influirá.
Decides posicionarte. Romper el silencio. Por fin tomas conciencia de tu poder y lo ejerces con responsabilidad. O no, no siempre es así. Pero ahí estás tú, orgullosa de haber dado un paso. Utilizando esa capacidad adquirida. Lo que no habías pensado es que toda tu audiencia es diversa y tiene mil opiniones. Asumes las consecuencias y te animas a contestar a todo aquel que te apoya o discrepa contigo. Sacas tiempo de donde sea para contestar, no vaya a ser que piensen que tienes otras cosas que hacer. Lo haces con respeto, desplegando todos los argumentos que ya llevas preparados. Es una tarea costosa, pero la ejecutas correctamente sin problemas. Eso te anima a querer seguir publicando cosas, implicándote, luchando. Ves que tiene impacto positivo a pesar de que haya personas que no estén de acuerdo contigo. Es lógico, cada persona debe tener su opinión y no tiene por qué ser la tuya.
Publicas, y sigues publicando, pero por alguna razón ese día es diferente. Tú no estás bien. O sí, en cambio lo que recibes es ofensivo. O las dos cosas. ¿Qué se hace ahora? No hay ningún manual. Puede que no tenga recursos, nadie me ha enseñado esto. Puedo no saber tratarlo. No soy emocionalmente inteligente. No soy estable. Perdonemne, llévenme a la cárcel por tal barbarie. Y pasas de contestar. O contestas, pero sabes que estás sobrepasando el límite. Quién coño te manda meterte en estos berenjenaos. Pero ya es demasiado tarde. Enviar.
Y sigue el bombardeo. Acabas de iniciar una guerra. ¿Quién tiene la culpa? Eso NUNCA importa, el problema es que, hagas lo que hagas, sigas contestando o prefieras callar, va a ser un problema. Esa persona ya se lo va a tomar como algo personal. ¿Por qué tengo que soportar esto?
Porque, todo sea dicho, ya por el hecho de ser mujer no sólo vas a recibir más quejas, se va a dudar más de tu palabra. Encima algo que en principio no te tendría que preocupar, te preocupa. Por alguna razón, una vez eres alguien "público", tu imagen, tu cuerpo, pasa a ser parte de los demás. Las personas que menos te esperas, o las que tú no puedes controlar, comentarán algo sobre ti. Algo que puede que te dé igual, o no. Pueden estar dando en el clavo, pueden estar comentando algo que te duele, de lo que no te has podido desprender. Por qué dar la cara tiene que significar darla literalmente siendo mujer.
Así que pasas a ser juzgada por fuera y por dentro. Tu mente y tu cuerpo se separan. Se enfadan. Ya no quieren estar juntos. Dejas de saber quién eres. Maldices el momento en el que tomaste la decisión de querer compartir contenido. De ser alguien público. Repasas conversaciones para ver en qué te has equivocado, en las posibles maneras que había de tergiversar lo que has escrito. Ves tu error. Te echas la culpa. Por qué, por qué por qué. Te consume. Puede que esta vez no contestes. Desaparezcas de redes sociales. Silencies el móvil. Personas. Bloquees. Bendita opción, ojalá existiese en la vida real.
Sin embargo, pasan las horas, los días, los meses, y lo echas de menos. Es algo que te gusta joder, por qué renunciar a ello por personas que no te valoran realmente, que te siguen por puro morbo, cotilleo, para hacerte sentir mal, para ponerte en un compromiso. Ellas lo saben. El mundo está enfermo, muy jodido. Quizás has podido recuperar fuerzas. Quizás te has llegado a sobreponer a aquello que te perturbaba. Quizás has logrado quererte y mimarte. Quizás quieres volver a aportar algo, a compartir todo lo que te hace feliz, y te gusta. A luchar.
Ingenua de ti.
Ahora el problema no es sólo con las personas que te han conocido simplemente a través de la pantalla, sino con aquellas que ya te conocen y están viendo esa otra parte de ti; esa parte importante que muestras en redes sociales. Ese pequeño secreto que guardabas bajo llave, esa parte especial, diferente, que te gusta y que no puedes compartir. Por qué no contestas, por qué no estás para mí, por qué no quieres salir, por qué, por qué, por qué. No sabía que eras así, no sabía que esto te gustaba.
Los límites empiezan a ser difusos. Empiezas a mezclar roles. La vida real y la ficticia se entremezclan. En qué momento decidí ser alguien público. Qué se debe de hacer en estos casos. Ojalá poder borrar de su memoria el momento en el que descubren que ese perfil soy yo. Por qué hay personas que cuestionan, que parece que simplemente ven tu perfil como una extensión de ti, como una forma de saber más de ti. ¿Cómo distinguir mera curiosidad, admiración por lo que haces, de desprecio, de chismorreo, de una oportunidad para cuestionar todo lo que dices o haces? No hay ningún manual para ello, pero cualquier paso en falso puede acabar con todo. La ciudad es muy pequeña. Estás harta de ganar enemigos, estás harta de que las personas hablen de otras sin motivo. Llenad ese vacío con otra cosa.
Entonces piensas en la amistad. En ese curioso concepto tan idealizado. Tú hace mucho, mucho escribías en una hoja de papel que no creías en ella. Dejaste de hacerlo desde que el abandono se convirtió en costumbre. De parte de quién, ese es otro tema. Se aprende a seguir, y te acostumbras a ello. Para qué necesitar a personas que no te aportan nada positivo. Positivo, esa palabra que hace años desapareció de tu vocabulario y vuelve a aparecer. Tu salud se resiste, y es justo en ese momento en el que te das cuenta de que a lo largo de tu vida has disfrutado de la compañía de los demás, pero se acababan yendo de tu lado. Pensabas que era normal, todas las personas toman rumbos diferentes. Empiezas a no tener tiempo. Cosas de la vida. Pero luego piensas que no es solo eso. No es solo falta de tiempo, no es algo superficial y que pasa porque sí. Esas personas desaparecen porque dejan de tener impacto positivo sobre ti. Empiezan a agotarte, a no aportarte nada, a agobiarte. A no entenderte. A no entender tu cambio. "No te quedes donde no puedes florecer" se convierte en un mantra que repites cada vez que no estás a gusto, que te sientes incómoda. Sin voz.
Por qué aguantar cuando ya no tienes fuerzas ni de sostener tu propio peso.
Estás sola, ojalá todo el mundo lo entendiese. Quizás entonces no pasaría. Quizás por eso escribo esto. Estoy triste. No aguanto esta carga, cómo voy a aguantar la del mundo. No soporto esa imagen desdibujada de mí. Quiero contradecirme, como dice Ter. Quiero poder no contestar, tener ese derecho. Porque muchas veces no sé, o no quiero. Qué más da los motivos. Quiero poder decidir, no sentirme mal a cada paso. Quiero poder entenderme. Quiero saber qué hacer. Quiero respuestas. Una válvula de escape. Una varita mágica que calme, ayude, mejore el entorno que me rodea. Y el que está lejos. No quiero vivir en un mundo así. No voy a poder.